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La fuerza de la Cruz

2006 – Edit. Monte Carmelo, Burgos.

Sexta edicion

Raniero Cantalamessa PREAMBULO

Hay un día del año en que, por única vez, el centro de la liturgia de la Iglesia y su momento culminante no es la Eucaristía sino la cruz; o sea, no el sacramento, sino el acontecimiento; no el signo, sino lo significado. Ese día es el Viernes Santo. En él no se celebra la Misa, sino que sólo se contempla y se adora al Crucificado.

Aunque en la Vigilia Pascual se conmemore de manera unitaria tanto la muerte como la resurrección de Cristo como momentos del único misterio pascual, la Iglesia sintió muy pronto la necesidad de dedicar un tiempo aparte a la memoria de la Pasión, para poner de relieve la riqueza inagotable de aquel momento en el que “todo se cumplió”. Nacieron así, ya en el siglo IV, los ritos de la adoración de la cruz del Viernes Santo, que estaban destinados a ejercer a lo largo de los siglos un influjo tan determinante en la fe y en la devoción del pueblo cristiano.

Ese día circula por toda la Iglesia una gracia muy especial. Es el día en que “resplandece el misterio de la cruz” – fulget crucis mysterium -, como canta un venerable himno de la liturgia. Las reflexiones que ofrecemos en estas páginas nacieron precisamente en ese clima y para ese momento. Son unos comentarios a la lectura de la Pasión, que tuvieron lugar en la Basílica de San Pedro, en presencia del Papa, durante la liturgia del Viernes Santo, desde 1980 hasta el 2000. El orden -cronológico- es el mismo que se siguió al dar las meditaciones, excepto la de Jesús “Señor”, de 1986, que la hemos puesto al comienzo como una especie de clave de lectura para todo el libro.

Estas reflexiones, presentadas juntas, constituyen algo así como una meditación prolongada sobre el Crucificado, unas veces en tono kerigmático, de anuncio, otras en tono más contemplativo, cual otras tantas estaciones de un viacrucis especial centrado en la palabra de Dios.

Pueden servir para un doble objetivo: como meditación sobre la Pasión y como apuntes para la nueva evangelización. Pues una cosa es cierta: que hoy también, como en los comienzos de la Iglesia, el Evangelio no se abrirá camino en el mundo por la “sabiduría de las palabras”, sino por la fuerza misteriosa de la cruz. Conserva todo su sentido programático aquella frase del Apóstol, de la que este libro no quiere ser más que un débil eco: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicarnos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados judíos o griegos- un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,22-24).